
Diaconisa
Elisa FloresLa hermana Elisa Flores es una mujer de grato recuerdo para los miembros de la Iglesia La Luz del Mundo; sus obras permanecen imborrables en nuestra mente, porque todas ellas fueron hechas con fe, amor y esperanza, virtudes que estuvieron arraigadas en su corazón a lo largo de dos administraciones apostólicas, las de nuestros hermanos Aarón y Samuel Joaquín.
En 1925, la voluntad de Dios determinó unir a esta mujer de nobles sentimientos con el militar Eusebio Joaquín González, trasladándose de inmediato a Ciudad Juárez, Chihuahua, donde su esposo se desempeñaba como celador del Resguardo Aduanal, actividad que le había sido asignada dentro de la milicia.
Siendo después enviado a San Pedro de las Colonias, Coahuila, en los últimos meses de 1925, la hermana Elisa comenzó a escuchar las pláticas religiosas que le impartía la señora Rosa Murillo, a quien conoció cuando realizaba sus compras en el mercado del poblado.
El interés de la hermana Elisa fue en aumento, y despertó grata impresión en su esposo, quien pensó que en el mundano ambiente militar esas pláticas podían influir positivamente en su esposa, razón por la cual le permitió visitar el templo de los miembros de dicha congregación, algunos de los cuales comenzaron a visitar a Eusebio Joaquín en la propia guarnición donde vivía.
Para tener mayor libertad de servir a Dios, el hermano Eusebio tomó la decisión de renunciar a la milicia, solicitando debidamente su baja a la Secretaría de Guerra y Marina en tres ocasiones.
Después de ello salió hacia la ciudad de Monterrey, Nuevo León, haciendo escala en San Pedro de las Colonias, donde saludó amorosamente a los miembros de la Iglesia donde comenzó a oír el evangelio, a quienes regalaron algunas de las pertenecías que era imposible llevar consigo hasta Monterrey. Este acto de generosidad fue apoyado por su esposa, quien jamás se opuso a los sentimientos de esplendidez de su esposo, demostrando de esta manera la calidad de sus sentimientos y la grandeza de su alma.

Estando en Monterrey, al servicio de Saulo y Silas. Fue ahí, en medio de sinsabores y situaciones de dolor, donde el hermano Eusebio fue llamado al Apostolado. Esto sucedió la madrugada del martes 6 de abril de 1926, en una gloriosa e inolvidable manifestación, donde el Todopoderoso le dijo: “Tu nombre será Aarón, lo haré notorio por todo el mundo, y será bendición”.
Cuando le comentó a su esposa todas las cosas sublimes que había visto y oído en la madrugada, ella no dudó ni cuestionó lo que su esposo le platicaba; por el contrario, creyó a todo lo que le decía, convirtiéndose así en la primera creyente de la Elección en la Era de la Restauración.
Tampoco se opuso a la decisión de su esposo de salir caminando de la ciudad de Monterrey hacia un destino desconocido, tal como Dios le había ordenado, diciéndole: “el Jueves próximo quiero que salgas”. La fe de esta extraordinaria mujer fue tan grande que, con lágrimas en sus ojos, le contestó a su esposo: “Siempre tendrás mi apoyo, no sé lo que te depara el destino, ni lo que Dios tiene reservado, pero quiero ansiosamente que ese Dios tuyo me dé la fuerza suficiente para vivir cerca, muy cerca de tu fe”.
Después de eso, la feliz pareja salió de Monterrey, atravesando los estados de Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Aguascalientes y Jalisco, llegando a la ciudad de Guadalajara el 12 de diciembre de 1926. Habían tenido sufrimientos, cárceles y persecuciones a lo largo de aquella dolorosa jornada, pero la fe y el amor los había llevado triunfantes hasta Guadalajara, donde se establecería por voluntad de Dios la sede de la Iglesia La Luz del Mundo.
Los primeros años en esta ciudad fueron difíciles, de desprecio y burlas de parte de la gente intolerante que habitaba la Perla Tapatía. Sin embargo, el hermano Aarón contó siempre con el apoyo y comprensión de su mujer, quien nunca desfalleció en los momentos de escasez y persecución, pues estaba convencida de que Dios estaba con ellos, como lo sentían a cada paso de su vida.
Esa confianza la ayudó a estar al lado de su esposo, acompañándolo cuando predicaba con amor y eficacia el Evangelio de salvación. Estaban solos en esta ciudad, sin el apoyo de sus padres, quienes a su llegada a Guadalajara los habían desconocidos. Eso no los arredró, por el contrario, salieron adelante convirtiendo almas con la admirable fuerza del Evangelio revelado.
En cada una de las etapas de su vida, a lo largo de 38 años, la hermana Elisa dio muestras de valor y virtud. Lo hizo en el cuidado y atención de su esposo, así como en la educación de los hijos que Dios le dio: Pablo, María, Santiago, Rebeca, Ana, Eva y el hermano Samuel, a quien la Elección le tenía reservado un futuro glorioso al frente de la Iglesia del Señor.
Como mujer virtuosa, no sólo cuidó de sus hijos, sino también del bienestar de los miembros de la Iglesia, procurando que nada les faltara a ninguno de ellos. Lo hizo así en la administración del hermano Aarón, y también en la del hermano Samuel Joaquín, a quien Dios llamó al Apostolado el 9 de junio de 1964, el mismo día en que el hermano Aarón entró al descanso de los justos. Ese día –recordamos- la voz del pueblo y del Cuerpo Ministerial se alzó para decir: “Como estuvimos con Aarón estaremos contigo”. Una de esas voces fue la de la hermana Elisa, quien mostró su reconocimiento a la Elección del hermano Samuel Joaquín, de la misma manera en que lo hizo con su esposo.
En la administración apostólica del hermano Samuel Joaquín, durante 21 años, fue de grande apoyo para él, mostrando siempre la misma obediencia y el mismo trabajo altruista. No se equivocó el hermano Aarón cuando al hablar sobre ella dijo: “No me ha dado Dios por compañera a una mujer, sino a un ángel”. El respeto y la sumisión a los dos apóstoles de la Restauración nos permiten asegurar que la hermana Elisa fue, además de mujer virtuosa, una auténtica creyente de la Elección de Dios.